El sencillo despertador empezó a sonar. Las 8:00 ya, hora de levantarse, y empezar otro radiante y hermoso día de primavera.
John, como suele ser habitual en él, lo apagó suavemente. No le molestaba ser despertado bruscamente por un aparato tan ruidoso y molesto como lo es un despertador, todo lo contrario; para él es pura música celestial, marcando la apertura de un armonioso baile angelical entre flores, sirenas y ponis rosas.
Se levantó con esa energía que te asalta en abundancia por las mañanas, y se tumbo, sin remolonear ni un solo instante, en la alfombra de su habitación: era el momento de sus ejercicios matutinos.
John se situaba siempre frente al espejo para hacer sus abdominales. Le encantaba ver ese rostro tan joven, libre de arrugas y sin rastro de ojeras ni legañas; su piel era absolutamente lisa y bella como el mármol.
Tras una serie de cien abdominales seguidos, incluyendo las sonrisas estúpidas y guiños que hacía cada vez que llegaba arriba y se veía en el espejo, que no le llevó más de un minuto (se mantenía en forma), se dispuso a hacer unas flexiones. Su gato le observaba desde la puerta, con absoluto respeto, sin atreverse a allanar la intimidad de su habitación; no fuese a molestar a su dueño mientras hacía ejercicio. Las cien flexiones no le costaron nada, pan comido.
Se incorporó, se quito la camiseta del pijama, y se observó en el espejo, sin poder evitar una sonrisa.
-Mmmm, que bueno estás nene- dijo mientras ponía poses increíblemente sexys, que serían capaces de inundar hasta las más puritanas y exigentes bragas de este planeta.
Se desnudó por completo, y paseándose alegremente por su casa, se dirigió al cuarto de baño para ducharse.
Fue una ducha rápida; con él la tentación de mantenerse bajo el agua caliente durante un largo y agradable periodo de tiempo, no funcionaba. Salió de la ducha, y se secó con la toalla para poder ponerse la ropa interior; los pantalones y la camisa tuvieron que esperar hasta que llegase a la habitación de nuevo.
Bailando alegremente con cada paso que daba, mientras por los altavoces de su mini cadena sonaba ‘Knights of Cydonia’ de Muse, se encaminó a la cocina, para prepararse un delicioso desayuno rico en fibra.
Como se sentía con suerte, le echó valor a la cosa, decidió tentar a la razón y enfrentarse a todas las leyes físicas existentes; colocó un plato en el suelo, mientras que en la mano sostenía una tostada perfectamente recién hecha, con uno de los lados untados en la más sana y rica mantequilla. Acto seguido, soltó la tostada desde bien alto. Como cabría esperar en una situación semejante, la tostada, con total elegancia en la forma de sus giros mientras caía, fue a posarse suavemente en el plato, con la cara que contenía la mantequilla, equitativamente esparcida con gran maestría sobre la tostada (sin duda obra comparable a la del más hábil de los artistas, todo sea dicho) hacia arriba. John sonrió dejando ver su perfecta dentadu…
-¡Venga ya! – dijo el joven mientras cerraba el libro con brusquedad- ¿De verdad los escritores de hoy en día pretenden que nos traguemos estos cuentos chinos? – preguntó a la librera mientras le enseñaba la portada del libro.
-No lo sé, no lo he leído. – Contestó la señora que rondaría los 40- Lo único que se, es que está triunfando entre las jóvenes. – Añadió mientras sonreía- Y yo me estoy haciendo de oro vendiéndolo.